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 los acuerdos de Bretton Woods, y las líneas principales de la Guerra 
Fría, fueron determinados en el año 1944, sin necesidad de esperar el 
final de la II Guerra Mundial, porque los pronósticos realizados sobre 
su resultado eran suficientemente robustos.
Del mismo modo, 
comprobándose el desarrollo de la crisis, repetidamente anunciada como 
inevitable desde este espacio, debemos preparar la Argentina que vendrá,
 para estar listos cuando "lo terminado" acabe de irse. Es por ello que 
venimos aportando al debate, con insistencia, sobre el diseño del Modelo
 de Desarrollo Económico Permanente y Sustentable (MODEPyS).
En este 
marco, y continuando con el tratamiento de algunas de las singularidades
 de nuestro país, no podemos dejar de reflexionar sobre los desafíos y 
oportunidades que impone el marcado carácter bimonetario de su economía.
Antecedentes
Las
 tres funciones principales del dinero, generalmente aceptadas, son: 
fungir como medio de pago, ser unidad de cuenta y constituir reserva de 
valor1.
En general, los países adscriben a sistemas unimonetarios. 
Sin embargo, en la Argentina, se utilizan dos monedas de manera casi 
indistinta: el peso y el dólar.
Esta particular dinámica bimonetaria 
se fue exacerbando durante las últimas seis décadas, en la medida que se
 producían profundos desequilibrios macroeconómicos que aceleraban el 
proceso inflacionario.
Si bien el primer antecedente público de esta 
problemática, que ya comenzaba a estar latente, fue la conocida frase 
del entonces presidente Juan D. Perón ¿Alguien vio alguna vez un dólar?,
 a posteriori se fue agudizando.
A partir de la década del ´60, los 
inversores más calificados comenzaban a operar en "moneda dura", proceso
 que fue discurriendo a lo largo de los años, dejando en el camino 
ganadores y perdedores, provocando una lógica reasignación de riqueza.
Posteriormente,
 con los acontecimientos conocidos como "el rodrigazo", "la tablita" de 
Martínez de Hoz y "el que apuesta al dólar pierde" de L. Sigaut, entre 
otros, se aceleró y masificó la dolarización de carteras, proceso que 
fue in crescendo, hasta alcanzar el paroxismo con la hiperinflación 
alfonsinista de 1989.
Teniendo en cuenta estos antecedentes, es 
relevante comprender que dicha conducta no constituye, esencialmente, 
una "actitud especulativa rentística" especialmente arraigada en nuestra
 sociedad, sino que, simplemente, es la manera que fueron encontrando 
tanto las empresas como las familias para preservar el valor de sus 
patrimonios y sus ahorros.
Desde un apropiado enfoque de esta 
realidad, es posible convertir aquella conducta aparentemente defectuosa
 en una virtuosa para el conjunto social.
En efecto, existieron 
ciclos gubernamentales donde la utilización de cualquiera de las dos 
monedas (peso o dólar) era indiferente. Eso, permitió, incluso, que 
pretéritos atesoramientos se transformaran en ahorro para fondear la 
inversión.
¿Deudores o acreedores en dólares?
Si bien el estado 
argentino posee un significativo pasivo en dólares, hay que considerar 
que, a la inversa, el sector privado conserva un activo en esa misma 
moneda aún mayor. En tanto y en cuanto la Nación Argentina está 
conformada por el agregado de ambos sectores, podemos resaltar, como 
señalan las estadísticas oficiales, que nuestro país mantiene con el 
mundo una "posición neta positiva".
Esta situación puede observarse 
en las cifras que el INDEC publica como "Posición de Inversión 
Internacional (PII)", tal como se detalla en el cuadro.
Los 
resultados de la PII, al segundo trimestre del año 2018, arrojan un 
saldo favorable de poco más de U$S 52.000 millones, con un activo 
cercano a los U$S 362.000 millones, de los cuales casi el 79% (U$S 
284.792 millones) pertenecen al sector institucional denominado "otros 
sectores" (que corresponde al sector privado no financiero).
Volviendo
 a hacer del defecto una virtud, el próximo modelo de desarrollo 
argentino debe permitir que los fondos en el extranjero, así como el 
atesoramiento doméstico, se transformen en ahorro que financie el flujo 
inversor, facilitando el crecimiento sostenido de la economía.
Consistencia macroeconómica para un bimonetarismo virtuoso
Para
 ello, es relevante indagar sobre la forma en la cual la política 
monetaria consigue que haya una situación de indiferencia entre la 
utilización de ambas monedas.
Y ese sendero debe lograrse mediante 
políticas que posibiliten la convergencia de las tasas de interés y de 
inflación, hacia niveles compatibles con los internacionales, eliminando
 las expectativas de devaluación.
En ese marco, además, debe 
consolidarse un esquema de consistencia macroeconómica, donde los 
superávits gemelos cumplen un rol central, tal como ya fue demostrado en
 anteriores etapas de desarrollo de la Argentina.
Así, se generará un
 contexto en el cual las empresas puedan encarar proyectos de inversión a
 mediano y largo plazo, que generen una adecuada rentabilidad, 
utilizando parte de aquellos activos en moneda extranjera.
Cabe 
consignar que, una vez conseguido ese objetivo, es preciso prever que la
 sobre abundancia de dólares no retrase el tipo de cambio competitivo, 
necesario para que la economía nacional sostenga su desarrollo. Ello, 
teniendo en cuenta que no puede absorber más de 12 a 15 mil millones de 
dólares plus por año, con un PIB creciendo a tasas anuales del 6% o 7%, 
sin que se produzca una revaluación del peso.
Ello permitirá a 
nuestro país ingresar en la etapa virtuosa del bimonetarismo, evitando 
lo que aconteció, con excepciones, en los últimos sesenta años, cuando 
al tiempo que la Argentina iba transformando bienes de producción en 
dólares, fueron creciendo, notablemente, la desocupación y la pobreza. 
Como afirmamos en Panes y peces (BAE, 6-8-18) "se presenta la enseñanza 
de que la satisfacción de las necesidades depende del acceso a los 
bienes (o servicios) y no de una mediata representación, como es el 
dinero".
Por esa razón, en el próximo MODEPyS, que deberá ser con una
 clara orientación a la producción, crecerá significativamente la base 
material de la nación.
*MM y Asociados
1 La utilización del dólar 
como reserva de valor puede realizarse como ahorro o atesoramiento. En 
este último caso, se debe tener en cuenta que los fondos no pertenecen 
al virtuoso circuito “ahorroinversión”, pero en el instante en que son 
utilizados para la adquisición de un bien, al financiar la inversión, se
 transforman en ahorro.

