En este aspecto, hay que tener presente, que el derecho a la
alimentación es un derecho humano, que fue reconocido en 1948, en la
Declaración Universal de los Derechos Humanos (art. 25), como parte del
derecho a un nivel de vida adecuado. Luego, reiterado en 1966, en el
Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (art.
11), el que establece expresamente, que hay que garantizar “el derecho
fundamental de toda persona a estar protegida contra el hambre”. Ambos
instrumentos internacionales tienen jerarquía constitucional en
Argentina, (art. 75, inc. 22).
En ese contexto produce un grave dolor
social advertir que el tema esencial del hambre no ha estado
centralmente trabajado en la política del Estado. Aún más, resulta un
insulto a la problemática ver que se usa alimentos, como el maíz, para
hacer biocombustibles, porque ello es más rentable.
Ante el problema,
incluso, se actúa con una hipocresía inaceptable, como cuando el
presidente Mauricio Macri sostuvo, que “me angustia que los chicos no
tengan para comer" pero, “igualmente, ese chico, por suerte en algunos
casos con 5 mil cuadras construidas, puede salir al colegio porque ahora
tiene pavimento. Antes había calles de barro y no podía salir cuando
llovía lo que evita que los niños no se les ensucie la zapatillas con
barro”. O sea, según ese razonamiento, los menores se pueden morir de
hambre, pero con las zapatillas limpias.
El hambre disciplina
Por
otro lado, no puede dejar de señalarse que la lógicas neoliberales,
tienen en claro que el hambre disciplina, ya que obliga que no se pueda
pensar por más de un día, porque, al siguiente, si no hay una solución
de fondo se vuelve a producir la necesidad de comer y a tener la
dependencia de la dádiva.
En definitiva, y en esa línea de
pensamiento sostiene ahora la ministra Patricia Bullrich, “en la
Argentina no hay personas que no puedan comer ya que tienen comedores
(comunitarios) y una cantidad de lugares adonde ir y no pasar hambre”.
Dichas
afirmaciones inaceptables y crueles, en el fondo esconden el efecto de
disciplinar, ya que no se cuestionan las causas del hambre. La clave
radica en dar salidas laborales para que cada persona pueda dignificarse
teniendo un empleo que les dé sustento a sí mismos y su familia y no
dependa de ir a comedores circunstanciales. Pero para ciertas políticas
esa dependencia alimentaria conviene, porque si hay hombres y mujeres
que tengan garantizado desde el trabajo su sustento y superan la
necesidad diaria de depender que les den la comida, podrían pensar más
allá y exigir educación, salud, vivienda, justicia y demás derechos
postergados a tantos grupos humanos. Y el sistema no quiere gastar más
en los pobres y débiles.
Por ello la ley recientemente aprobada de
emergencia alimentaria es buena para la coyuntura, pero necesita luego
ir a las causas para dar oportu-nidades y no dejar entrampados a tantos
desde el problema del hambre cotidiano.
Aporofobias
A lo dicho,
hay que agregar, la existencia de la “aporofobia”, término es-te que
significa odio, repugnancia u hostilidad ante el pobre, el sin recursos,
el desamparado y el débil. Es el criterio utilitario y especulativo por
el que se considera que aquellos sujetos que están en situación de
vulnerabilidad económica, no tienen nada que aportar al mercado, por lo
que se los discrimina y se los trata como descartes sociales.
Esta
mentalidad fomentada por algunos medios sociales y políticos que exaltan
sólo los valores meritocráticos e individualistas y que consideran que
los pobres son una carga para la sociedad. Un ejemplo reciente de ello
fue la campaña oficial que realizó el Ministerio de Producción que
publicó en febrero de este año una imagen que muestra a la clase social
más alta, rubios y bien vestidos, sosteniendo a los que consideran
vagos, morochos y marginales.
Además, en un país en el que su
integración ascendente se ha debido a la educación pública, gratuita y
de calidad, la Gobernadora de la provincia de Buenos Aires María Eugenia
Vidal, 30 de mayo de 2018, dijo, que: “llenar la provincia de
universidades públicas cuando todos sabemos que nadie que nace en la
pobreza llega a la universidad”.
El mismo Mauricio Macri, en octubre
de 2002, sostuvo que, “los cartoneros tienen una actitud delictiva
porque se roban la basura… Al ciruja me lo llevo preso”. Y entendió, que
la ciudad de Buenos Aires está inundada de miles de delincuentes que
todos los días “se roban la basura” que la gente saca a la vereda.
Razonamiento éste ilegítimo ya que, cuando uno saca la basura se
desapodera de la misma, por lo que mal puede haber hurto y menos robo. Y
prometió, “los vamos a sacar de la calle”, en referencia a los
cartoneros que tienen en la recolección su única fuente de sustento. Y
en la misma línea, este año 2019, el ministro de Espacio Público de la
CABA, Eduardo Macchiavelli, dijo que el gobierno porteño prueba
contenedores inteligentes de basura, los que para abrirlos hace falta
una tarjeta magnética y lo justificó diciendo "esto es para evitar que
se la gente se meta y saque basura”.
Desde la misma perspectiva se
alimenta el rechazo a inmigrantes y refugiados. No se les rechaza por
extranjeros, sino por pobres.
Resulta de particular importancia
superar estas graves discriminaciones y lograr una sociedad inclusiva,
desde la responsabilidad social en la que cada ser humano tiene un
importante valor y dignidad. No hay ningún ser humano que no tenga nada
valioso que ofrecer y todos tenemos responsabilidad común para darles y
darnos dignidad y el hambre nos debe afectar como herida social a
superar.
Miguel Julio Rodríguez Villafañe
Abogado Constitucionalista y
Periodista columnista de opinión