Con los datos de la serie completa, se pueden hacer evaluaciones
positivas o negativas. Es razonable marcar que desde el pico de
noviembre del año pasado, el Gobierno perdió el 30% del apoyo que tenía.
Pero, al mismo tiempo, el número absoluto refleja que, aun en este
momento, que es el peor de la presidencia de Macri, el Gobierno sigue
teniendo una base sólida de apoyo. Encima, con un leve repunte en medio
de la tempestad.
Desde el comienzo de su carrera política,
Macri está acostumbrado a convivir con una permanente sensación de
caminar por la cornisa
El miércoles se produjo otro momento de
alivio. Una agencia evaluadora de riesgos de Wall Street consideró que
la Argentina ya no era una economía de frontera sino que se había
transformado en un mercado emergente. "Esto demuestra la confianza que
el mundo tiene en nosotros", exageró el presidente. El ministro de
Hacienda y Finanzas Nicolás Dujovne celebró el hecho en el canal Todo
Noticias. Los twitteros oficialistas se pusieron eufóricos.
Es
difícil de explicarle a una persona común en qué cambia eso su vida,
entre otras razones porque probablemente no la cambie en nada. O en muy
poquito. Pero posiblemente, si se combina con la llegada de dinero del
FMI, eso ayude a controlar el dólar por un tiempito y, por lo tanto, si
ese objetivo se logra, a evitar que se pronuncie la escalada de precios
en ese lapso.
La subida de unos puntitos de la imagen oficial, más la
palmada en la espalda de una influyente consultora de Wall Street, no
son episodios demasiado relevantes en épocas normales. Pero en medio del
descalabro de las últimas semanas, son maná del cielo. Por eso, el
Gobierno salió, apurado, a celebrar. Eramos tan pobres, diría Alberto
Olmedo.
En ese contexto, el Gobierno comenzó a desarrollar un nuevo
relato esperanzador que se sintetiza en una frase de Luis Caputo, el
flamante presidente del Banco Central: "La devaluación era lo mejor que
nos pudo pasar". A medida que pasen los días, se escuchará a distintos
funcionarios decir que los próximos dos trimestres serán recesivos y con
alta inflación, pero que luego -hay que pasar el invierno- se empezarán
a sentir los efectos benéficos de la devaluación: habrá más actividad y
se habrían reducido tanto el deficit comercial como el fiscal. En ese
sentido, 2019 será al complicado 2018, lo mismo que el próspero 2017 al
recesivo 2016.
Si esos deseos se convirtieran en realidad y si esa
realidad se proyectara a la política, Macri podría ser reelecto: en
medio de la tempestad mantiene la simpatía de un considerable sector de
la población, si logra salir de ella, sería votado nuevamente.
Hay
funcionarios que muestran la evolución histórica de Macri en las
encuestas para demostrar que ha superado momentos peores. A mitad de
junio del año pasado, Marcos Peña intentaba aclarar que el resultado que
había que mirar en las elecciones inminentes era el nacional y no el de
la provincia de Buenos Aires. Eso sucedía porque Esteban Bullrich
estaba seis puntos abajo de Cristina. Ninguna encuesta muestra eso hoy.
Predecir
el futuro es imposible. Más en este país. Pero las preguntas que se
formulan con esa intención revelan el momento que atraviesa el Gobierno.
¿Podrá llegar al final del mandato?, marcó el primer año. ¿Ganará la
elección intermedia?, la primera mitad del segundo. ¿Habrá alguien capaz
de arrebatarle la reelección?, la breve primavera poselectoral. La
pregunta actual es: ¿Será posible la resurrección de Macri, a partir del
rebote que podría provocar la devaluación?
Para eso deberían darse,
en principio, las varias condiciones. La primera es que, realmente, la
corrida contra el peso haya frenado. Las altísimas tasas de interés, la
venta de cien millones de dólares al día, la suba de encajes son todas
medidas excepcionales que intentan frenar la tendencia natural de los
actores económicos hacia la compra de divisas extranjeras, es decir,
hacia la huída del peso. Una corrida frena cuando esa pulsión se acaba
o, al menos, se debilita. No es necesario ser un especialista para
percibir, incluso en los números oficiales, que en condiciones normales
hay una demanda de dólares que empujaría su valor hacia arriba. Si el
mundo confiara en la Argentina, no estaría ocurriendo eso.
La segunda
condición es que los efectos reactivadores que se esperan hacia fin de
año neutralicen y superen los efectos recesivos que tendrá el
cumplimiento del acuerdo con el Fondo, con su consecuente recorte de
consumo y obras públicas. Y que, si eso ocurre, otras medidas del
Gobierno, como los anunciados aumentos de tarifas y de nafta, no
conspiren contra ese rebote. En ese punto radica una cuestión central,
que atraviesa a este Gobierno desde su asunción: su relación con el
poder económico. Si Macri no suspende el anunciado recorte de
retenciones, deberá ajustar más en sectores más vulnerables y
perjudicará innecesariamente la reactivación. Si convalida la
dolarización de las tarifas o del precio de combustibles, será más
fuerte la inflación y más duradera la recesión.
La tercera condición
es que no aparezca un nuevo factor de inestabilidad en el escenario
mundial. Luego de lo ocurrido desde fines de abril, cuando Estados
Unidos tocó apenas su tasa de interés, un mínimo soplido puede desarmar
cualquier plan: una caída brusca de la producción en Brasil, otro
movimiento de tasas en Washington o una sacudida de México tras la
asunción de Andrés Lopez Obrador. En un país tan vulnerable a lo que
ocurre en el mundo, el sueño de un Presidente será siempre acompañado
por pesadillas.
Desde el comienzo de su carrera política, Macri está
acostumbrado a convivir con una permanente sensación de caminar por la
cornisa. Cada triunfo electoral fue por distancias mínimas: agónico en
la ciudad de Buenos Aires en el 2015, en el balotaje contra Scioli de
ese año, en la elección contra Cristina en la provincia en 2017. Su
primer año de Gobierno fue de una conflictividad extrema. Cuando parecía
finalmente hacer pie tras la victoria de octubre pasado, todo se volvió
a complicar y ahora atraviesa otro momento de fragilidad extrema. Es
difícil encontrar en su carrera un momento en que se movió con
comodidad.
Pero, si aun camina por la cornisa, quiere decir que ha sobrevivido.
A
principios de mayo, cuando pasó con mínimo sobresalto el primer
supermartes de Lebacs posterior al comienzo de la corrida, un
funcionario bromeó: "Está bien que le digan Macri gato: tiene siete
vidas".
La tremenda duda es: "¿Cuantas le quedan?".